" TRAS LOS PASOS DE JOAQUÍN DE ALMEYDA " Novela, grupo editorial MESA REDONDA

OCTUBRE OCTUBRE OCTUBRE OCTUBRE

EN CARNAVALES




Ese febrero de carnavales

El día se inicio con el estallido de los cohetes característicos que avisan que la traída empieza, ese sábado de febrero, febrero de carnavales. Día del cual muchos se levantaban con el deseo de acudir a tan cortés invitación de parte de los padrinos. Otros acuden después de una jornada de fiesta sin haber cerrado los ojos, con poca energía y con el pensamiento que tan suculenta patasca los pondrá nuevamente en lucha para continuar con la fiesta de carnavales.

Manuel, de doce años, hijo de María, y hermano mayor de Teresita de apenas dos años, vive en pobreza, en una casita de barro muy cerca del cementerio de Jauja, y su ilusión y sus oídos no son ajenos a los estallidos de los cohetes. Él como muchos se cree con derecho de asistir, porque se considera del barrio de La Libertad, como parte de la comitiva que traerá el árbol. Aunque no cuenta con uschata, ni con sombrero y menos con la invitación que lo acredite como parte del “selecto” grupo que estará en el camión, él no pierde las esperanzas y tan pronto como se viste, se dirige a la casa de uno de los padrinos, casa que ya tiene ubicada, y que espera también le inviten un “suculento plato de patasca” tal como dice en las tarjetas de invitación. Él se sentiría afortunado que también le invitasen dos platos más de patasca una para su mama y otra para Teresita su hermanita.

Su buena fortuna y su presencia solo le alcanzan para tomar una taza de café y un pan de huevo. Pan que sin embargo no come porque piensa en su hermanita. Y qué decir del shajteo, Manuel se cree con tanto derecho de estar en el almuerzo, pero siendo niño no es iluso, y sabe que ni de a vainas le llegará un plato de comida, y él piensa: “Eso es solo para los que tienen manta y sombrero, y para los que vienen de Lima.” No hace mayor drama y se sienta muy cerca adonde (rivera del rio Yacus) los invitados y cuellos, se divierten jugando con harina, desperdiciando harina que para Manuel y su familia significarían muchos panqueques, acompañados de café. Contempla como después de regar tanta harina, todos los invitados son seleccionados para almorzar. Hacen un ruedo y todos comen sin parar, ensuciándose la boca, la ropa y pidiendo: “otro platito por favor porque está muy rico”. Manuel se siente tentado a comer el pan de huevo que guarda para su hermanita, pero antes hace un intento por agenciarse algo de comida y se acerca a una de las madrinas y le dice: “Señora, le ayudo a recoger los platos sucios y me dan un platito”, esta señora muy distinguida acepta, pero no cumple con su parte del trato y solo le dan algunas papas con ají. “Algo es algo, peor es nada”, piensa Manuel.

El acompaña, a los bailantes, primero, muy cerca a la orquesta y luego cerca a esas mujeres y hombres que gritan eufóricos, que denotan que son los padrinos y están sumamente contentos de gastar su dinero, pero que sin embargo incumplieron su trato con él, y siendo Jauja una cuna de abogados, Manuel, no podrá contar con uno a fin de emplazar y pedir que le cumplan con dar ese “exquisito plato de shajteo con presa de cuy”, tal como dice en la tarjeta.

El sábado se oscurece, y Manuel no se puede quedar a ver como terminan los asistentes a la traída, aunque sabe, que muchos terminan, durmiendo, peleando, llorando, riendo, bebiendo y besándose (en algunos casos, aunque no necesariamente con la esposa o la novia).

La ilusión de Manuel sobre las fiestas de carnaval, radican especialmente en el día del cortamonte. Porque sabe que al momento de cortar los arboles, él aprovechará en recoger la mayor cantidad de regalos y demás cosas que los padrinos cuelgan de los árboles para demostrar que uno tiene más dinero que otro.

Manuel desde la tres de la tarde, del día martes de febrero, febrero de carnavales, carnavales del barrio La Libertad, La Libertas de los jóvenes, contempla los cuatro arboles y los juguetes y demás cosas que hay en cada uno. Él ya tiene seleccionado que es lo que obtendrá, aunque sabe que habrá una dura lucha, porque como él muchos niños pobres acuden en busca de un regalo. Algunos para cambiarlos por comida, otros buscan obtener los regalos, como es el caso de Manuel, para llevárselos a su hermanita. Que en sus dos años de vida el único regalo que obtuvo fue una muñeca sin una pierna, y a la que de tanto peinar, terminó con una calvicie prematura, aun asi su muñequita forma parte de la familia.

Manuel sabe que la forma de conseguir los regalos, que cuelgan de los arboles, es luchar contra viento y marea, contra otros niños, cuando los arboles caen, arriesgando su propia integridad, arriesgando su vida. Sabe que debe tener cuidado, porque María la madre, le advirtió que si algo le pasa, ella no podría atenderlo, no podría pagar las medicinas porque solo les alcanza para comer, y comer solo una vez al día. Y no se pueden dar el lujo de enfermarse. Manuel ante las palabras y posición de su madre, las entiende pero el deseo de ver a su hermanita con unos regalos, lo lleva a mantener su posición de conseguirlos como a de lugar.

Manuel sabe, que los arboles al caer pueden cambiar de rumbo y caer sobre toldos o sobre personas y matarlas. Pero aun así, el seguirá con su plan, nada lo detendrá. Tiene un jebe, de color rojo, cruzado en el cuerpo que le ayudará a defenderse de los abusivos que intentasen quitarle lo que logre atrapar. Ha practicado algunas patadas de karate viendo a Jackie Chang, en el televisor de un señor que vende abarrotes en la plaza Santa Isabel. Plaza que pertenece al barrio la Libertad, y del cual él sabe que es parte, que esa es su zona, asi que él se desplaza con seguridad y pertenencia por todas esas calles que muy pronto estarán llenas de parejas de bailantes, algunos bailantes más elegantes que otros, más sincronizados que otros, pero en fin bailan tantos que uno ya no distingue quien hace un papelón.

Cae el primer árbol, Manuel, temeroso e intrépido a la vez, logra obtener una panera de color azul y una jarra del mismo color, regalos que guarda debajo de su vieja chompa para luego dárselas a guardar a su mamá que está muy cerca y a la vez excluida de la fiesta.

Manuel sabe que en los siguientes arboles hay mejores regalos y está a la expectativa, rodeando los arboles, rodeando los regalos.

En un momento logra ver a aquella madrina que incumplió con el trato, muy alegre y muy elegante y con el cabello teñido, danzando con una botella de cerveza en una mano y en la otra una hacha cuidadosamente adornada, pero eso ya no le importa, su nueva tarea es estar vigilante a la caída de los arboles, y hacia donde corre el viento, porque sabe que el viento es traidor.

Siete de la noche, él como otros niños esperan los regalos, y sucede, cae uno de los arboles que por casualidad golpea a otro y este cae sobre un toldo, la gente grita, Manuel quiere ver que paso, “pero los regalos son los regalos y sino aprovecho tendré que esperar al otro año” piensa, coge lo que pudo, pero la curiosidad hizo que fuera a ver lo que sucedía, y estaba allí, la madrina que minutos antes bailaba alegre, ahora estaba en el piso llorando. Manuel recogió su sobrero, que ya no estaba tan blanco, y se lo entregó. La madrina, solo lo miró.

María, la mamá de Manuel, se acercó a buscarlo, se tranquilizó cuando vio a su hijo, lo abrazó y éste le dijo: “Mira mami, agarré una manta ¡ya tengo manta! me falta solo el sombrero para ir a la traída del próximo año”.



Enamoróse en Carnavales

Ese mediodía, del sábado, en el tinkunakuy, la volví a ver, me volví a enamorar, llevaba un sombrero de impecable color blanco con una cinta negra y una ushcata amarrada a la cintura. Estaba sonriente, bella, perfecta y llena de harina. Quedé encantado, nuevamente, con aquella proyección.

Trataba de acercarme como cualquier muchacho para maquillarla de harina, creo que ella advertía de mis intenciones y se alejaba cada vez más y yo procuraba acercarme cada vez más.

No me atrevía a preguntar por ella, temía que mis amigos se burlaran de mí, porque, era sabido, ella solo había amado, amaba y amaría a una sola persona, a un canalla incapaz de comprometerse con aquella bella dama, un canalla que no la respetaba, un canalla que no la amaba, sin embargo, para ella ese canalla era la esencia de su vida.

Yo y mis sentimientos guardados, no desistimos de acercarnos, y maquillarla de harina. Me hubiera complacido que mis manos torpes, ásperas, tocaran su lozana y tierna tez; también me hubiera encantado escuchar su suave y nada sumisa voz, que ella me hablara, no para decirme: ”Hola, amigo como estas, tanto tiempo sin verte”, porque definitivamente yo no calificaría para ser su amigo, y mucho menos ella se fijaría en mi, un pobre muchacho soñador, me imagino que ella si me hubiera hablado en aquella ocasión seria para decirme: “Que te pasa atrevido, acaso te conozco”. Y antes de sufrir tamaño dolor, decidí no acercarme y solo contemplarla de lejos.

Me hacia feliz verla disfrutar de la traída ella rodeada de bellas amigas y de amigos salidos de un catalogo de tiendas por departamentos, todos ellos muy bien atendidos por los padrinos, alguna vez escuche que a la gente linda la atienden primero, así que mis amigos y yo quedábamos arrinconados, relegados.

El tiempo transcurría y todos disfrutaban de la fiesta excepto nosotros, y claro quién se fijaría en los tres chiflados.

Ya pasada la traída, me pregunte: ¿Acaso, ella hubiera aceptado bailar conmigo? Y me respondí: Que iluso eres, ella jamás hubiera aceptado bailar contigo”.

Martes día del Hatun Jilo Saqtay, me sentía nervioso como si yo fuera quien bailaría. Me puse mi mejor ropa, esa ropa que solo la usaba para las fechas importantes, para los cumpleaños, bautizos y en ocasiones funerales. Pude ver en una invitación que la fiesta comenzaba a las tres de la tarde, así que puntual estuve, deseaba estar en primera fila y verla bailar, deleitarme, y que ella también me pueda ver vestido con mi mejor ropa y a lo mejor ella se fijaba en mí y hasta me sonreía.

Llegaron las parejas, ella estaba radiante, elegante, linda, lozana, tierna y amada. Un canalla de sonrisa ganadora la llevaba, él la dirigía, dibujaban piruetas de baile que todos quedaban admirados, y sobre todo yo. Ante tanta elegancia, mi mejor ropa no tenia opción para competir, así que decidí ponerme detrás de otras personas y observar agazapado como aquella pareja disfrutaba de la fiesta y como eran el punto de atención, con aquellos pasos insuperables que la hacían ver como la mejor, única y más bella de las bailarinas.

Cae la noche y las miradas siguen atentas a las parejas, la gente disfruta del Hatun Jilo Saqtay, y yo disfruto verla bailar. Cae el primer monte y las parejas se dispersan, entre tanta confusión la pierdo de vista, y me desespero, y alguien me toca la espalda, y me dice: “Permiso por favor” volteo incrédulo y era ella, sonriente, bella, perfecta.